A la mañana siguiente nos despertamos y fuimos a buscar el saco de Adrián, que había perdido empujando la bici entre las piedras.
Este día se nos hizo mucho más llevadero. Al cabo de un rato el sendero volvió a ensancharse y a hacerse cada vez más transitable, por lo que pudimos volver a montar en las bicis. Llegamos a Colinas, un precioso pueblo encajado en la montaña, dividido por el río y con casas de piedra y techos de pizarra.
Desde ahí empezó el largo descenso que nos llevó hasta Igueña (donde al fin conseguimos comprar comida), Folgoso de la rivera, la Rivera de folgoso, Bembibre, Calamocos, Onamio y Molinaseca.